Dos monjas que vivían aisladas en un
convento ubicado en una lejana aldea, hicieron un viaje en barco
hacia los Estados Unidos de América. Cuando desembarcaron, una le
dijo a la otra:
- "He oído que la gente de este país comen perritos."
- "¡Santo cielo, Dios nos asista!".- Exclamó la otra.
- "Pues, hermana, si vamos a vivir en Estados Unidos, quizás sea menester que también nosotras procedamos como hacen los americanos."
Asintiendo enfáticamente su compañera, pidieron dos perritos a un vendedor que por la calle transitaba con el carro.
- "He oído que la gente de este país comen perritos."
- "¡Santo cielo, Dios nos asista!".- Exclamó la otra.
- "Pues, hermana, si vamos a vivir en Estados Unidos, quizás sea menester que también nosotras procedamos como hacen los americanos."
Asintiendo enfáticamente su compañera, pidieron dos perritos a un vendedor que por la calle transitaba con el carro.
- "Dos perritos, por favor".-
El proveedor, encantado de satisfacer a las monjitas, envolvió ambos
perritos calientes en papel de aluminio y se los entregó
ofreciéndoles, además, una amplia sonrisa. Excitadas, las monjas se
apresuraron hacia un banco y comienzaron a desenvolver sus perritos.
La madre superiora fue la primera en
abrir el suyo. Ella comienzó a ruborizarse y luego, mirándolo por
un momento, se inclinó hacia la otra monja y le susurró con
cautela:
- "Hermana, ¿qué parte del perrito te ha tocado?."
- "Hermana, ¿qué parte del perrito te ha tocado?."
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