En 1884, el viejo Wilson todavía no
había conseguido hallar unas pepitas de oro que merecieran la pena.
Vivía en una vieja casucha en algún lugar perdido de Carolina del
Norte (EE.UU.). Durante toda su vida había pensado que el oro que
encontrase le sacaría de su mísera pobreza. No obstante, a
consecuencia de no encontrar fortuna, volvía cada día a casa con
una tremenda borrachera. Después de una fatigosa jornada cavando en
la mina, solía ir a la cantina de Sam para echar un trago. Pero ese
trago luego eran dos y de dos pasaban a cuatro... Y así
sucesivamente. Sam era muy inocente, pese a haber cumplido los 67
años en la primavera de aquel mismo año, y Wilson siempre lo
engañaba diciéndole que cuando encontrase oro le pagaría todas las
botellas de Whisky que se había bebido en su cantina.
El viejo Wilson estaba casado,
hasta hacía tres años, con una mestiza descendiente de una familia
de indios Cherokees, por parte materna y de un sargento, por parte
paterna. En aquel tiempo, casi todos los mestizos que habían por la
zona, lo eran porque sus padres blancos se habían enamorado de
alguna india. Tal era el caso de la esposa de Wilson. Nadie sabía
cómo se llamaba puesto que Wilson simplemente la nombraba "mestiza"
cada vez que la necesitaba: "Mestiza, dame de comer y dale agua
a los caballos", "mestiza, tráeme los zapatos",
"mestiza...". A decir vedad, la trataba como a una esclava.
Tampoco nadie sabía, a ciencia cierta, cómo había muerto
aquella pobre mujer. Por aquellos lugares se decía que Wilson
despreciaba a su mujer; tanto es así que la maltrataba y le echaba
siempre en cara que su padre, el sargento, podría haberlos salvado
de la miseria a la que estaban condenados. Obviamente, un hombre tan
mezquino y ruin como Wilson, sólo podía pensar que el sargento no
lo hizo porque su hija tenía sangre india. Ya que hemos "sacado
a la luz" al padre de la muchacha, comentaremos que éste murió
apenas un año después de que Wilson hubiese contraído matrimonio
con dicha mestiza allá por 1857. El sargento en vida se había
enamorado de una mujer Cherokee durante una expedición militar
cuando todavía era soldado. Fruto de este loco y pasajero
enamoramiento nació la "mestiza", esposa más tarde del
protagonista principal de esta historia, Wilson. Al morir el
sargento, víctima de tuberculosis, dejó toda su herencia a sus dos
hijos varones engendrados con su esposa francesa Marié. De ésta
manera, su hija mestiza no obtendría nada de dicha herencia, ni
siquiera algún recuerdo o algo que la reconociese como hija
legítima.
Volviendo al año de 1884, tras
haberse ido Wilson para su casa después de beber en la cantina, Sam
había comentado a dos hombres que aquel viejo borracho, empedernido
buscador de oro, había matado a su esposa ahorcándola con sus
mismas manos. Eso desde luego era lo que se rumoreaba. Al parecer,
Wilson le había dado una paliza a su mujer bajo los efectos, típicos
en él, del alcohol:
- “¡Maldita mestiza! ¡Tú eres mi
fracaso! ¡Para qué me habré casado yo contigo! ¡Eres tan torpe
que hasta una mula puede cocinar mejor que tú!”.- Éstas eran las
palabras groseras que el viejo Wilson solía gritar a su esposa.
Claro, todo ello excusándose en el enfado por no haber encontrado
oro durante la jornada diaria y, como ya he repetido anteriormente,
siempre bajo la ingesta abusiva del caldeoso whisky.
Después de aquella dolorosa
paliza, la mujer casi no podía levantarse del suelo. Wilson le gritó
enfurecido varias veces:
- "¡Mestiza, deja de arrastrarte
por el suelo como una asquerosa serpiente y hazme la comida!
¡Mestiza, levántate de una vez, que tengo hambre!"
Y,
viendo que la mestiza no se levantaba --o bien porque no podía
debido al enorme dolor de los fuertes azotes que había recibido, o
bien porque ésta vez se rebelaba contra él y no quería-- el viejo
Wilson se tiró encima de ella más encolerizado todavía y apretó
sus manos sobre su garganta hasta dejarla sin respiración y terminar
por ahorcarla. Posteriormente, llamó al médico del lugar, quien
acudió en seguida, para ver si se podía hacer algo por salvarla o
para asegurarse de que estaba realmente muerta:
- “Esta mujer
ha muerto por causa natural”.- De sobras sabía el médico que ha
había sido estrangulada, pero con tal de no tener problemas con el
viejo Wilson, lo ocultó. Entonces, la mestiza fue enterrada frente a
la casucha de madera y ya nadie supo más de ella. Wilson siempre
había dicho que su esposa lo había abandonado yéndose con su
familia india; salvo una vez que, estando más borracho que una cuba,
confesó el crimen a Sam. Solamente Sam y el médico sabían la
verdad de lo que había pasado. Ahora bien, tratándose de una
media-india tampoco le daban mayor importancia.
Akel día, después de escuchar el
comentario de Sam, los dos hombres salieron de la cantina casi
temblando. Estaban tan asustados que habían cogido verdadero temor
al viejo Wilson. Éste se hallaba ahora hurgando en la despensa de la
cocina para ver si encontraba algún trozo de carne o pescado ahumado
que poder comer. Buscando y mirando, sacó de un rincón de la
despensa un viejo retrato que estaba escondido de su difunta mujer.
Ante tal horrenda sorpresa que causó el hallazgo del retrato
para él, lo tiró rápidamente a la chimenea y vio cómo se quemaba
lentamente entre las llamas hasta desaparecer. Aquel retrato, le
había infundido un recuerdo tormentoso de su fallecida esposa
durante el resto del día.
Antes, de seguir con esta historia
verídica, acontecida en Carolina del Norte, he de daros unas reseñas
de especial importancia para su entendimiento.
Veréis, allí
además de caballos se acostumbraba a tener algún que otro perro y
alguna vaca lechera. Wilson no tenía vacas pero sí tres perros, dos
caballos y un hurón que utilizaba para cazar conejos. A sus animales
los quería con locura, incluso hasta más que a su esposa, a quien
nunca echó de menos después de muerta.
Pues bien, al llegar la noche el viejo
Wilson no podía permanecer dentro de la casucha, ni siquiera podía
cerrar los ojos para dormir. Aquella estampa de su mujer retratada,
"la mestiza" como la llamaba él, habían despertado viejas
imágenes en su memoria. Imágenes penosas que venían una y otra
vez: todas aquellas veces en que la golpeaba sin parar, los insultos
que le había dicho, el duro trabajo a la que la había sometido,...
Después de tres años de ausencia, sin quererlo, su mujer había
revivido en su mente algunos remordimientos. La mente del viejo ahora
estaba más castigada por el paso del tiempo. Ya no era el "joven
Wilson" de antes, el que llegaba a levantar hasta un caballo del
suelo él sólo y sin la ayuda de nadie, el que vaciaba de un solo
trago una botella entera de whisky sin quemarse la garganta. Ahora
era el "viejo Wilson", el que andaba cada vez más lento,
el que se estaba quedando sin fuerzas para trabajar en la mina.
También, todo hay que decirlo, no sólo su mente estaba castigada
por el paso inevitable del tiempo sino que el alcohol además había
pasado factura. Ya no le salían bien las cuentas, sobre todo en
cuánto le debía a Sam por todas las botellas que llevaba bebidas.
Puesto que no podía dormir dentro de
aquellas cuatro paredes de la casucha de madera, el viejo Wilson optó
por coger una manta e irse a dormir afuera. En aquella estación
veraniega de 1884 se podía dormir en el campo, a la intemperie, como
acostumbraba a hacer muchos indios. Pero aquella noche era un poco
atípica con respecto a las demás noches estivales. Había una
niebla que conforme iba extendiéndose iba llenando el valle de
frescor y de olor a tierra húmeda y yerba seca. A pesar de todo,
para aquel viejo hombre era preferible dormir frente a la casa, al
descubierto, en vez de hacerlo dentro de la misma donde vagaban por
doquier viejos fantasmas o recuerdos del pasado.
A la mañana siguiente, Wilson tuvo mal
despertar y no me refiero a que no se hubiera despertado con buen
sentido del humor sino que se encontró, con algo realmente
espeluznante e incluso terrorífico. Sus perros se encontraban
muertos delante de la entrada a la casucha de madera. Parecía como
si los hubieran ahorcados. Igualmente estaban los caballos en el
asidero del lado de la vivienda, muertos y fríos como una losa.
Wilson entró alarmado en la casa y sobre la mesa estaba la jaula con
el hurón muerto. Al lado de la jaula había una nota, una especie de
carta con tres plumas indias pegadas en su encabezamiento. La nota
decía lo siguiente:
“Me llevo conmigo a los seres que más
quieres en este mundo. A ti no puedo llevarte”
No podía creerlo, había
reconocido la letra de su mujer. Asustado llamó al médico, al mismo
que había llamado tres años antes para confirmar el fallecimiento
de su esposa.. No sabía porqué lo había avisado… Ante la
confusión y la alteración, tal vez no para asegurarse de que los
animales estaban muertos, porque verdaderamente yacían fríos y
tiesos, sino para saber la causa de la muerte: - “Estos animales,
todos, han muerto por causa natural” .-Dijo el médico.
… Aquellos fueron los últimos
días para el viejo Wilson: tres días de locura total, refugiándose
del miedo detrás de los tragos de alkohol, sufriendo en la más
triste de las soledades… Tres días de calvario, tres días de
auténtico infierno. Al tercer día, Wilson se ahorcó.
(Autor: Marin El Punki - Perro Loko)