Jefe Seattle (también Sealth,
Seathl o See-ahth).
Su padre, Schweabe, era Jefe de
la tribu Suquamish ke vivía en Paso Agate y su madre,
Sholitza, era la hija de un jefe de la tribu Duwamish
(oeste de Washington).
Según varias investigaziones el pekeño
Seattle habría nazido en 1786, en Blake Island, una pekeña
isla al sur de Bainbridge Island, durante las terribles epidemias,
legadas por los pioneros blankos, ke diezmaban la población
indígena.
Kuando Seattle tenía entre
veinte o veintizinko años de edad, fue nombrado jefe de seis tribus,
kargo en el ke fue rekonocido hasta su muerte.
Se ganó su reputazión komo líder y
guerrero, emboskando y derrotando a grupos de enemigos invasores y
atakando a los Chemakum y a los S’Klallam, tribus
enemigas ke vivían en la Península Olímpica. Era muy alto para ser
un nativo, midiendo kasi un metro y ochenta y dos centímetros de
altura. También era buen orador, y su voz se dize ke llegaba hasta
media milla o más de distanzia kuando se dirigía a una audienzia.
Se kasó tomando dos esposas de la
aldea de Tola’ltu, justo al este de Duwamish Head, en
Elliott Bay (ahora parte del Oeste de Seattle). Su primera esposa
murió al dar a luz a su primera hija una niña konozida komo
“Princesa Angelina” por los pobladores blancos. Kon su
segunda esposa, tuvo varios hijos e hijas. Tras la muerte de uno de
sus hijos se konvirtió al catolicismo, bautizándose kon el nombre
de Noé Seattle (Noah Sealth). Probablemente esto
okurriera en 1848, zerca de Olympia, Washington. Toda su prole
también fue bautizada. Su conversión al catolicismo fue vista komo
“un líder ke buskaba la kooperación kon los nuevos kolonos
blankos”
La únika foto konocida del Jefe
Seattle, hecha en los años 1860, kuando se acerkaba a sus 80 años
de edad.
En el año 1854, el decimocuarto
Presidente de los Estados Unidos, el demókrata Flanklin Pierce,
les propuso a los Duwamish ke vendiesen sus tierras a los
kolonos blancos y ke se fuesen a una reserva. Los nativos no
entendieron esto y el Jefe Seattle dió la respuesta, al Gran
Jefe de los blancos, kon un discurso ke a día de hoy se sigue
rekordando komo uno de los documentos más preziados por los
ekologístas.
Carta del
Jefe Seattle al presidente de los Estados Unidos Flanklin Pierce.
(El presidente de los Estados
Unidos, Franklin Pierce, envía en 1854 una oferta al jefe Seattle,
de la tribu Suwamish, para comprarle los territorios del
noroeste de los Estados Unidos que hoy forman el Estado de
Washington. A cambio, promete crear una “reserva” para el pueblo
indígena. El jefe Seattle responde en 1855)
El
Gran Jefe Blanco de Wáshington ha ordenado hacernos saber que nos
quiere comprar las tierras. El Gran Jefe Blanco nos ha enviado
también palabras de amistad y de buena voluntad. Mucho apreciamos
esta gentileza, porque sabemos que poca falta le hace nuestra
amistad. Vamos a considerar su oferta pues sabemos que, de no
hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus armas de fuego a tomar
nuestras tierras. El Gran Jefe Blanco de Washington podrá confiar en
la palabra del jefe Seattle con la misma certeza que espera el
retorno de las estaciones. Como las estrellas, inmutables son mis
palabras.
Pero
¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra?
Esa es para nosotros una idea extraña.
Si
nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua,
¿cómo es posible que usted se proponga comprarlos?
Cada
pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada rama brillante
de un pino, cada puñado de arena de las playas, la penumbra de la
densa selva, cada rayo de luz y el zumbar de los insectos son
sagrados en la memoria y vida de mi pueblo. La savia que recorre el
cuerpo de los árboles lleva consigo la historia del piel roja.
Los
muertos del hombre blanco olvidan su tierra de origen cuando van a
caminar entre las estrellas. Nuestros muertos jamás se olvidan de
esta bella tierra, pues ella es la madre del hombre piel roja. Somos
parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas
son nuestras hermanas; el ciervo, el caballo, el gran águila, son
nuestros hermanos. Los picos rocosos, los surcos húmedos de las
campiñas, el calor del cuerpo del potro y el hombre, todos
pertenecen a la misma familia.
Por
esto, cuando el Gran Jefe Blanco en Washington manda decir que desea
comprar nuestra tierra, pide mucho de nosotros. El Gran Jefe Blanco
dice que nos reservará un lugar donde podamos vivir satisfechos. Él
será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Por lo tanto,
nosotros vamos a considerar su oferta de comprar nuestra tierra. Pero
eso no será fácil. Esta tierra es sagrada para nosotros. Esta agua
brillante que se escurre por los riachuelos y corre por los ríos no
es apenas agua, sino la sangre de nuestros antepasados. Si les
vendemos la tierra, ustedes deberán recordar que ella es sagrada, y
deberán enseñar a sus niños que ella es sagrada y que cada reflejo
sobre las aguas limpias de los lagos hablan de acontecimientos y
recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo de los ríos es la voz
de mis antepasados.
Los
ríos son nuestros hermanos, sacian nuestra sed. Los ríos cargan
nuestras canoas y alimentan a nuestros niños. Si les vendemos
nuestras tierras, ustedes deben recordar y enseñar a sus hijos que
los ríos son nuestros hermanos, y los suyos también. Por lo tanto,
ustedes deberán dar a los ríos la bondad que le dedicarían a
cualquier hermano.
Sabemos
que el hombre blanco no comprende nuestras costumbres. Para él una
porción de tierra tiene el mismo significado que cualquier otra,
pues es un forastero que llega en la noche y extrae de la tierra
aquello que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemiga, y
cuando ya la conquistó, prosigue su camino. Deja atrás las tumbas
de sus antepasados y no se preocupa. Roba de la tierra aquello que
sería de sus hijos y no le importa.
La
sepultura de su padre y los derechos de sus hijos son olvidados.
Trata a su madre, a la tierra, a su hermano y al cielo como cosas que
puedan ser compradas, saqueadas, vendidas como carneros o adornos
coloridos. Su apetito devorará la tierra, dejando atrás solamente
un desierto.
Yo
no entiendo, nuestras costumbres son diferentes de las suyas. Tal vez
sea porque soy un salvaje y no comprendo.
No
hay un lugar quieto en las ciudades del hombre blanco. Ningún lugar
donde se pueda oír el florecer de las hojas en la primavera o el
batir las alas de un insecto. Mas tal vez sea porque soy un hombre
salvaje y no comprendo. El ruido parece solamente insultar los oídos.
¿Qué
resta de la vida si un hombre no puede oír el llorar solitario de un
ave o el croar nocturno de las ranas alrededor de un lago?. Yo soy un
hombre piel roja y no comprendo. El indio prefiere el suave murmullo
del viento encrespando la superficie del lago, y el propio viento,
limpio por una lluvia diurna o perfumado por los pinos.
El
aire es de mucho valor para el hombre piel roja, pues todas las cosas
comparten el mismo aire -el animal, el árbol, el hombre- todos
comparten el mismo soplo. Parece que el hombre blanco no siente el
aire que respira. Como una persona agonizante, es insensible al mal
olor. Pero si vendemos nuestra tierra al hombre blanco, él debe
recordar que el aire es valioso para nosotros, que el aire comparte
su espíritu con la vida que mantiene. El viento que dio a nuestros
abuelos su primer respiro, también recibió su último suspiro. Si
les vendemos nuestra tierra, ustedes deben mantenerla intacta y
sagrada, como un lugar donde hasta el mismo hombre blanco pueda
saborear el viento azucarado por las flores de los prados.
Por
lo tanto, vamos a meditar sobre la oferta de comprar nuestra tierra.
Si decidimos aceptar, impondré una condición: el hombre blanco debe
tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos.
Soy
un hombre salvaje y no comprendo ninguna otra forma de actuar. Vi un
millar de búfalos pudriéndose en la planicie, abandonados por el
hombre blanco que los abatió desde un tren al pasar. Yo soy un
hombre salvaje y no comprendo cómo es que el caballo humeante de
hierro puede ser más importante que el búfalo, que nosotros
sacrificamos solamente para sobrevivir.
¿Qué
es el hombre sin los animales? Si todos los animales se fuesen, el
hombre moriría de una gran soledad de espíritu, pues lo que ocurra
con los animales en breve ocurrirá a los hombres. Hay una unión en
todo.
Ustedes
deben enseñar a sus niños que el suelo bajo sus pies es la ceniza
de sus abuelos. Para que respeten la tierra, digan a sus hijos que
ella fue enriquecida con las vidas de nuestro pueblo. Enseñen a sus
niños lo que enseñamos a los nuestros, que la tierra es nuestra
madre. Todo lo que le ocurra a la tierra, le ocurrirá a los hijos de
la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, están escupiendo en
sí mismos.
Esto
es lo que sabemos: la tierra no pertenece al hombre; es el hombre el
que pertenece a la tierra. Esto es lo que sabemos: todas la cosas
están relacionadas como la sangre que une una familia. Hay una unión
en todo.
Lo
que ocurra con la tierra recaerá sobre los hijos de la tierra. El
hombre no tejió el tejido de la vida; él es simplemente uno de sus
hilos. Todo lo que hiciere al tejido, lo hará a sí mismo.
Incluso
el hombre blanco, cuyo Dios camina y habla como él, de amigo a
amigo, no puede estar exento del destino común. Es posible que
seamos hermanos, a pesar de todo. Veremos. De una cosa estamos
seguros que el hombre blanco llegará a descubrir algún día:
nuestro Dios es el mismo Dios.
Ustedes
podrán pensar que lo poseen, como desean poseer nuestra tierra; pero
no es posible, Él es el Dios del hombre, y su compasión es igual
para el hombre piel roja como para el hombre piel blanca.
La
tierra es preciosa, y despreciarla es despreciar a su creador. Los
blancos también pasarán; tal vez más rápido que todas las otras
tribus. Contaminen sus camas y una noche serán sofocados por sus
propios desechos.
Cuando
nos despojen de esta tierra, ustedes brillarán intensamente
iluminados por la fuerza del Dios que los trajo a estas tierras y por
alguna razón especial les dio el dominio sobre la tierra y sobre el
hombre piel roja.
Este
destino es un misterio para nosotros, pues no comprendemos el que los
búfalos sean exterminados, los caballos bravíos sean todos domados,
los rincones secretos del bosque denso sean impregnados del olor de
muchos hombres y la visión de las montañas obstruida por hilos de
hablar.
¿Qué
ha sucedido con el bosque espeso? Desapareció.
¿Qué
ha sucedido con el águila? Desapareció.
La
vida ha terminado. Ahora empieza la supervivencia.
FIN
El Jefe Seattle falleció el 7
de junio de 1866 en la reserva de los Suquamish, en Port
Madison, Washington.
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