Territorio original de la tribu Kiowa.
Al sur de los Cheyenne, la
Nazión Kiowa vivía en tierras ke hoy abarkan parte de Texas,
Oklahoma y Kansas.
Kuando en 1820 nazió Satanta o
Set'tainte, White Bear (Oso Blanco) los únicos asentamientos
de colonos blancos en esa región eran unos pocos puestos del
ejército y de traficantes de pieles, muy separados entre sí. El
deshabitado territorio de hierba parecía ser infinito y el mundo de
los Kiowas era todavía libre y salvaje.
Probablemente, Satanta nació en
algún lugar del Canadian River (el río Canadiano o río Colorado
como se le conoce en Nuevo México, el mayor de los afluentes del río
Arkansas), en las tierras del tradicional campamento de invierno de
su pueblo. Era hijo del Jefe Red Tipi (Tipi Rojo) y de una
cautiva española.
Como todos los jóvenes Kiowas,
Satanta creció sobre el lomo de un caballo. Ya con cinco años
tenía su propio póney y antes de cumplir los diez galopaba por la
pradera, sujetándose al caballo solamente con las rodillas, para
tener las manos libres y poder disparar el arco. Como experto
guerrero, fue capaz de lanzar veinticinco flechas seguidas tan
rápidamente que un hombre con un mosquetón solamente podía
disparar y cargar una sola vez en el mismo tiempo.
Cuando tenía catorce o quince años,
cabalgó por vez primera con un grupo de guerreros Kiowas
hasta Texas y México, donde atacaron asentamientos. Esos grupos
cabalgaban con frecuencia durante meses. Cuando regresaban, traían
consigo cientos de caballos y mulas robados y también con frecuencia
a niños robados, a los que adoptaban y educaban como miembros de la
tribu.
Satanta demostró tales
capacidades como jefe guerrero, que un famoso y viejo guerrero, de
nombre Caballo Negro, le regaló su escudo. Éste, por una
parte, estaba adornado con cintas rojas; por la otra, con cintas
amarillas y, sujeta a él, la enorme cabeza de una grulla. En el
escudo, había un sol pintado en el centro de dos círculos.
Los escudos de los Kiowas
estaban hechos de varias capas de duro cuero de búfalo, pero un
guerrero confiaba más en la protección de la medicina de su escudo,
en la especial fuerza mágica que permanecía oculta en sus adornos.
Caballo Negro había probado muchas veces la fuerza mágica de
su escudo y nunca le había sucedido nada. Poco después de haberle
regalado su escudo a Satanta, murió en un enfrentamiento con
enemigos. A partir de entonces, Satanta llevaba consigo el
escudo en todas las batallas.
En el momento en que Satanta se
hizo cargo de la dirección de su tribu, la hegemonía de los Kiowas
estaba seriamente en peligro en la pradera meridional. Habían
luchado desde hacía decenios contra los colonos españoles a la
orilla de Río Grande y, más tarde, contra los tejanos, que se
habían apropiado de una parte de sus reservas de caza.
Hacia 1840, miles de emigrantes en
California exigieron el derecho de pasar por el territorio de los
Kiowas cuando seguían el Santa Fe Trail hacia el Oeste. Esa
invasión alcanzó su punto culminante en 1859, cuando más de
noventa mil inmigrantes utilizaron la ruta con sus rechinantes
carromatos, seguidos por sus rebaños de berreantes reses.
Al principio, los Kiowas y los
Comanches habían estado dispuestos a dejar pasar a los
blancos por su territorio. Sin embargo, cuando algunos de los colonos
se apoderaron, sin más, de terreno y se quedaron allí para trabajar
los campos y criar ganado, y una interminable fila de carretas dejaba
tras sí un paisaje desértico, entonces los guerreros Kiowas
y Comanches comenzaron a enfrentarse tanto a los viajeros como
a los colonos. Tendieron emboscadas a las caravanas y asaltaron
granjas solitarias y estafetas de correos.
Hasta 1860, hubo guerra generalizada en
los territorios de los Kiowas y Comanches, desde
Arkansas hasta Río Grande.
Los Kiowas tenían muchos jefes,
fuertes y caprichosos, que no se podían poner de acuerdo sobre cómo
debían actuar con los blancos.
Cuando los jefes se reunieron alrededor
del fuego, la tribu se dividió en dos enfrentadas posiciones. Los
jefes Pájaro Bailador y Oso Lento temían la
superioridad del ejército de USA. Mantenían la opinión de que los
Kiowas tenían que vivir en paz con los blancos si querían
que la tribu sobreviviera. Los otros jefes, entre los que se
encontraban Satanta, Lobo Solitario y Oso Sentado,
querían, por el contrario, luchar por cada centímetro cuadrado de
su territorio. Aunque Satanta estaba dispuesto a
conversaciones de paz con los blancos, no se fiaba de ellos.
En abril de 1867, el general Winfield
Scott Hancock invitó a los jefes Kiowas a una
conversación en Fort Dodge, Kansas. Pájaro Bailador y Oso
Lento representaban a los defensores de la paz de la tribu.
Satanta habló en nombre de los otros; sin embargo, entonces
todavía se mostró dispuesto a compromisos. Invocó al sol como
testigo de que decía la verdad. Dejó vagar la mirada por el
interminable mar de hierba de la pradera y dijo que era bella y
grande. Él no quería verla manchada de sangre. El general Hancock
se puso tan contento de este discurso que le regaló a Satanta
el uniforme de gala, la banda y el sombrero de un general de los
Estados Unidos. Pero los blancos pronto notarían que Satanta
estaba lleno de sorpresas. Pocas semanas más tarde, visitó de nuevo
al general Hancock. Vestido con su nuevo uniforme, dirigió un
ataque contra Fort Dodge, robó caballos de la segunda compañía del
Séptimo Regimiento de Caballería y agitó el sombrero como
despedida cuando se alejó galopando delante de los perseguidores.
En Octubre de 1867, el Congreso envió
emisarios de paz al Oeste, que debían solucionar los problemas con
los indios de una vez por todas.
Los emisarios querían tratar sobre
nuevos acuerdos con las tribus de la pradera meridional. Su plan
preveía adjudicar a cada tribu una reserva fija, muy alejada de los
colonos blancos y de las rutas de viajeros. Los indios recibirían
herramientas y reses y deberían convertirse en campesinos y
ganaderos.
Las conversaciones se llevaron a cabo
en un maravilloso bosquecillo de troncos de algodoneros, en el
Medicine Lodge Creek. Con más de cinco mil participantes de las
tribus de los Kiowas, de los Comanches, de los
Cheyennes del Sur y de los Arapahoes del Sur, fue una
de las mayores conversaciones de paz que jamás haya tenido lugar.
Los jefes más importantes estaban
sentados, con toda su indumentaria, sobre troncos de árboles; frente
a ellos, los negociadores con traje negro y los oficiales con su
uniforme de gala. Desde lejos, los soldados y los guerreros
observaban lo que sucedía; cerca, se encontraban los traductores.
En un profundo silencio, se fue pasando
una pipa de la paz de latón y sólo cuando todos los participantes
fumaron de ella, comenzaron las negociaciones.
Cuando le tocó el turno de palabra a
Satanta, se levantó y le dio la mano a cada uno de los
negociadores. Llevaba una medalla de plata colgada al cuello con el
retrato del presidente James Buchanan (1857-1861). Declaró
que él era el amigo del hombre blanco, pero después fue
directamente al tema:
"Todo el territorio del sur del
Arkansas River pertenece a los Kiowas y a los Comanches
y yo no quiero regalar nada de él. Amo la tierra y los búfalos y
quiero conservar todo ello, yo no quiero ninguna casa de medicina
(iglesia) ni ninguna escuela en nuestro territorio. Quiero ver crecer
a los niños como crecí yo. He oído que queréis llevarnos a una
reserva en las montañas, yo no quiero quedarme quieto en un sitio.
Quiero seguir vagando como hasta ahora por la pradera. Ya que así
soy libre y feliz. Si tenemos que vivir en casas, entonces nos
volveremos pálidos y moriremos. Este territorio perteneció, desde
hace mucho tiempo, a nuestros padres; pero cuando cabalgo río
arriba, veo los campamentos de los soldados en sus orillas. Talan
nuestros árboles, matan nuestros búfalos. Cuando lo veo, siento
como si se me rompiera el corazón".
Satanta había preparado
cuidadosamente su discurso y habló largamente. Cuando terminó, los
Kiowas expresaron ruidosamente su aprobación. Los
negociadores callaron. Los reporteros de los periódicos, que habían
venido de todas las partes del país para informar sobre las
conversaciones de paz, estaban profundamente impresionados. A partir
de entonces, llamaron a Satanta “el orador de la pradera”.
Cuando se reanudaron las
conversaciones, los negociadores del gobierno recordaron a los indios
la condición de invencible del Padre Blanco de Washington. En caso
de que los jefes indios no estuvieran dispuestos a hacer concesiones,
reanudarían la guerra y destruirían a muchas de sus tribus.
El general William Tecumseh Sherman
indicó a los jefes indios que, independientemente de sus deseos,
tenían que abandonar su forma de vida y tendrían que vivir ahora
como el hombre blanco. No podían impedir la construcción de
carreteras y vías de ferrocarril a través de su territorio y tenían
que aprender a vivir como los colonos blancos, a cultivar la tierra y
a criar ganado.
“Vosotros no podréis impedirlo”,
aclaró Sherman, “como tampoco podéis detener el transcurrir
del sol y de la luna. Tenéis que aceptarlo y hacer de ello lo mejor
posible”.
Después de varios días, el acuerdo de
Medicine Lodge estaba dispuesto para la firma. Según él, los Kiowas
y los Comanches tenían que entregar una gran parte de sus
territorios y trasladarse a una reserva en territorio indio (en el
actual estado de Oklahoma). Sin embargo, se les permitiría cazar en
sus antiguos territorios del sur de Kansas y en el norte de Texas.
Como contrapartida, recibirían unos pagos anuales en forma de
alimentos, ropa y otros productos.
Algunos jefes indios se negaron a poner
su signo bajo el acuerdo. Pero la mayoría lo firmó -también
Satanta-. Probablemente, se dieron cuenta de que tenían poco
que perder. A pesar de que tendrían que vivir en la reserva, podrían
abandonarla cuando quisieran para seguir a los búfalos. Seguro que
no querían convertirse en campesinos. Algunos jefes indios, que
habían rechazado duramente algunos apartados del convenio, eran de
la opinión de que ésos no eran válidos para ellos.
Después de la firma, se repartieron
regalos como era costumbre en esas conversaciones de paz. Entre los
regalos, se encontraban también algunas pistolas plateadas y
relucientes y los jóvenes guerreros quisieron probarlas
inmediatamente. Sin embargo, se mostró que las pistolas eran
defectuosas, pues todas ellas, sin excepción, explotaron cuando
fueron disparadas.
Al invierno siguiente, los Kiowas
y los Comanches, que habían firmado el convenio, ocuparon la
reserva conjunta en territorio indio.
Los cazadores Kiowas seguían
cabalgando a la búsqueda de búfalos en el oeste, en Texas, para
poder alimentar a sus familias, pero, con frecuencia, regresaban con
las manos vacías. Los búfalos escaseaban cada vez más. Los
cazadores blancos, con fusiles de cañón largo, habían matado
manadas enteras para aprovechar su carne o su piel o simplemente por
el placer de matar.
Los envíos prometidos por el gobierno
eran decepcionantes. Los Kiowas estaban acostumbrados a
grandes cantidades de carne fresca y rechazaron las escasas raciones
de carne de cerdo salada y harina de maíz. La harina de maíz se la
daban a los caballos. La ira y la decepción se extendieron por la
reserva y muchos se sintieron engañados por el acuerdo de Medicine
Lodge. Por eso, cientos de hombres jóvenes se fueron en secreto para
unirse a sus compañeros de tribu que en su día rechazaron la firma
y continuaban viviendo libres en la pradera.
No pasó mucho tiempo y la zona
fronteriza volvió a estar en constante agitación. Grupos de Kiowas
y de Comanches cabalgaban hacia Texas y asaltaban a los
colonos para conseguir alimentos, caballos y armas de fuego.
En el norte, los guerreros Cheyennes
y Kiowas abandonaron la reserva para luchar contra los colonos
en Kansas y Colorado.
El comandante militar de la región,
General Sherman, derogó una parte del acuerdo. A partir de
ese momento, a los indios no se les permitía cazar fuera de los
límites de la reserva. No podían seguir persiguiendo a las manadas
de búbalos, aunque necesitaran carne urgentemente.
"Hemos procurado grandes
reservas para todos, al otro lado de la gran carretera (la Santa Fe
Trail)", indicó Sherman. "Todos los que
ahora sigan cazando en las antiguas zonas de caza son nuestros
enemigos y lo seguirán siendo hasta que los matemos".
Se advirtió a los Kiowas que
abandonaran la senda de la guerra. Se les apremió para que siguieran
el ejemplo de los Caddos y Wichitas, que se habían
asentado hacía tiempo como campesinos. A Satanta le habría
gustado echarse a reír: “Los Wichitas
cultivan maíz”, dijo, “porque son demasiado gordos y
vagos para la caza de búfalos. Excavan la tierra como mujeres”.
El trabajo del campo estaba considerado entre los Kiowas como
trabajo de mujeres, no para cazadores y guerreros. Además, una gran
parte de la tierra que les habían entregado era estepa desierta,
inapropiada para la agricultura.
Alrededor del fuego del campamento de
los Kiowas, los jóvenes hablaban solamente de los blancos,
que parecían invadirlos desde todas las direcciones. Cada vez que
cabalgaban por la pradera, se encontraban con más granjas,
alambradas y cazadores blancos de búfalos. Habían oído que los
raíles para un nuevo caballo de hierro iban a pasar directamente a
través de su territorio. Si el ferrocarril llegaba hasta allí, los
búfalos desaparecerían totalmente.
Los jefes indios de los Kiowas
seguían consultándose; unos estaban a favor, otros en contra de la
paz. Pájaro Bailador pidió nuevamente a todos que tuvieran
paciencia y colaboraran con los blancos. Sin embargo, Satanta
se opuso. Junto con otros insurrectos jefes indios, llevó a cabo
reiterados robos en Texas.
En mayo de 1871, un grupo de Kiowas
y Comanches atacaron una caravana, que debía aprovisionar con
víveres el Fort Richardson en Texas. Los indios cercaron los carros,
mataron a siete conductores, saquearon los carros y huyeron a galope.
Unos días más tarde, algunos jefes
Kiowas volvieron a Fort Sill, su agencia de la reserva, para
recoger su ración semanal de alimentos. Lawrie Tatum, el
agente responsable, llamó a los jefes indios a su despacho y les
preguntó si sabían algo del ataque en las proximidades del Fort
Richardson. Inmediatamente Satanta tomó la palabra:
"Sí, yo dirigí el ataque...
He pedido varias veces armas y municiones (para cazar), que vosotros
jamás nos habéis dado. También he hecho otras peticiones que jamás
han sido satisfechas. Vosotros no escucháis mis palabras. Los
blancos quieren construir una línea de ferrocarril a través de mi
territorio, pero eso no lo aceptaremos. Hace unos años, nos
arrastrasteis por los pelos hasta aquí, en la frontera tejana, donde
ahora tenemos que enfrentarnos a ustedes". Furioso, Satanta
expresó sus muchas quejas. "Como la situación se ha vuelto
insoportable", continuó, “cabalgué hace un tiempo con
unos cien hombres de los míos a Texas. También estaban presentes
los jefes Satank, Corazón de Águila,
Gran Arco, Gran Árbol y
Oso Veloz...” El jefe indio Satank
interrumpió el discurso de Satanta y le advirtió de las
consecuencias. Pero Satanta siguió hablando: “Nos
encontramos con una caravana de mulas, que capturamos, y matamos a
siete hombres, pero estamos dispuestos a no darle importancia a este
asunto. Ya ha pasado y no necesitamos seguir hablando de ello... En
caso de que cualquier otro indio reclame el honor de haber dirigido a
ese grupo, miente, yo fui el jefe”.
Cuando los jefes indios abandonaron su
despacho, Lawrie Tatum informó de la confesión al oficial
del mando del Fort Sill, que, a su vez, se lo comunicó al general
Sherman.
Satanta, Satank y Gran
Árbol fueron detenidos y llevados al edificio de guardia.
Sherman ordenó que los llevaran a Texas, donde deberían ser
acusados de asesinato.
Esposados y con cadenas en los pies,
Satanta y Gran Árbol fueron cargados en un carro
entoldado, Satank iba en otro. Cuando las carretas dejaron
tras sí las puertas de Fort Sill, Satank les gritó a sus
compañeros presos: “Soy un jefe indio y un guerrero y demasiado
viejo para dejarme tratar como a un niño”. Señaló hacia la
carretera y gritó : “¡Jamás seguiré hasta más allá de
aquel árbol!”. Los soldados, que debían custodiar a los
detenidos, no le dieron ninguna importancia, no lo tuvieron en
cuenta, ya que ninguno de ellos hablaba el lenguaje de los Kiowas.
Satank era el jefe de los
Kaitsenko --la unión de los diez más valientes--, una vieja
unión de guerreros Kiowas. Satank se arrodilló en su
carreta y entonó la oración de muerte de los Kaitsenko.
Cuando terminó, se pasó la manta por encima de la cabeza como si
estuviera afligido. Sin que sus guardianes se dieran cuenta, mordió
la carne de sus manos hasta que pudo quitarse las esposas. Después
esgrimió un cuchillo que llevaba escondido, se levantó de un salto
y atacó a los dos soldados, que iban dentro de la carreta. Acuchilló
a uno de ellos y echó mano de su fusil, pero antes de que pudiera
apretar el gatillo fue alcanzado por los disparos del otro soldado.
Su cadáver fue arrojado a la carretera y allí lo dejaron tendido,
mientras las dos carretas continuaban su marcha.
Satanta y Gran Árbol
fueron conducidos a la ciudad fronteriza de Jacksboro, en Texas,
donde fueron acusados de asesinato.
En su discurso a los miembros del
jurado, compuesto por rancheros y cowboys, el fiscal llamó a
Satanta: "rufián, estafador y asesino... agitador y
bandido que no cumple sus propios acuerdos".
Los jefes indios fueron condenados a
muerte en la horca. El proceso provocó una gran protesta en todo el
país. Humanistas del Este protestaron contra la condena porque era
demasiado dura y porque solamente traería como consecuencia ataques
de venganza de los Kiowas.
El agente de la reserva Lawrie Tatum
propuso anular la condena a muerte y condenar a los jefes indios a
prisión, propuesta que apoyó el gobernador de Texas.
Satanta y Gran Árbol
fueron trasladados a la prisión estatal de Huntsville para realizar
trabajos forzados a perpetuidad. Cuando el general Sherman se
enteró, se puso furioso: "Satanta tenía que haber sido
ahorcado, eso habría puesto fin a todos los problemas. Conozco
suficientemente bien a esos Kiowas para saber
que van a limosnear constantemente por su puesta en libertad. Pero él
jamás podrá ser liberado. Confío en que el Ministerio de la Guerra
no apruebe la vuelta a su tribu".
Los peores temores de Sherman se
convirtieron pronto en realidad.
En el Este, aparecieron defensores de
los indios y exigieron la libertad de Satanta y Gran Árbol
y la justificaban con que su prisión solamente empeoraría las
relaciones con las tribus de la pradera.
En Washington, el Gabinete de Asuntos
Indios presionó pidiendo clemencia, ya que los jefes indios habían
actuado según el derecho de guerra y no habían cometido ningún
asesinato. Entre tanto, los Kiowas tiraban de los hilos entre
bastidores.
Jefe Satanta. Fotografía tomada por William S. Soule, alrededor de 1872.
En 1873, una comisión de jefes indios
Kiowas viajó a Washington para una reunión con el
Comisariado para Asuntos Indios. Le recordaron que Satanta y
Gran Árbol eran jefes de guerra de los Kiowas.
Mientras ellos permanecieran en la cárcel, muchos jóvenes guerreros
continuarían la lucha contra los texanos.
Otro llamamiento vino de Tipi Rojo,
el anciano padre de Satanta: "Yo soy un pobre viejo",
dijo a los funcionarios blancos, "Tengan compasión de mí y
dejen que vuelva a ver a mi hijo. Los indios aman a sus hijos lo
mismo que los blancos. Tengan compasión de mí y alegren mi corazón
con la inmediata puesta en libertad de mi hijo. Nunca jamás
volveremos a realizar asaltos en Texas".
Finalmente, el gobernador Edmund
Davis autorizó que los dos jefes indios fueron liberados en
octubre de 1873, después de dos años de prisión. Pero les advirtió
que su libertad era solamente condicional. Si ponían un solo pie
fuera de la reserva, irían a parar de nuevo a la cárcel. Satanta
había prometido vivir pacíficamente a partir de entonces. Se fue a
vivir de nuevo al tipi pintado de rojo, en la que, en lo alto del
agujero para la salida del humo, ondeaban las cintas rojas. Entregó
su lanza roja a su amigo Grulla Blanca y su famoso escudo de
búfalo a su hijo. Sin escudo ni lanza, ya no podía conducir a
ningún guerrero a la guerra, ya que eran su medicina, que le habían
protegido siempre. Declaró que no quería seguir siendo jefe de
guerra. El famoso orador de la pradera parecía totalmente cambiado.
"Mi pueblo debe hacer aquello que el hombre blanco considere
lo mejor", anunció. Pero ya era demasiado tarde. Tanto los
indios como los blancos fueron arrastrados por un torbellino de
acontecimientos, que ya no permitía ninguna paz.
Los indios siempre habían dependido de
las manadas de búfalos, de ellos se habían alimentado y por ellos
habían sido reconocidos como valientes cazadores. Sin embargo,
mientras tanto, millones de búfalos habían sido sacrificados. Una
nueva clase de cazadores blancos había aparecido en la pradera. Esos
hombres solamente arrancaban las pieles a los animales cazados y
dejaban que los cadáveres se pudrieran al sol. Equipados con rifles
de precisión, los cazadores de búfalos liquidaban, de la mañana a
la noche, todo aquello que se ponía delante del punto de mira.
Cuando, en 1873, Satanta y Gran
Árbol fueron puestos en libertad, las manadas de búfalos
estaban tan fuertemente diseminadas que los cazadores indios no
podían abastecer a sus familias con alimento.
En los inviernos siguientes, muchos
indios se vieron obligados a comerse sus caballos. Los indios
perseguían con un odio irreconciliable a los cazadores de búfalos,
que avanzaban por todas partes en la pradera.
En 1874, grupos de guerreros Kiowas,
Comanches, Cheyennes y Arapahoes atacaron los
campamentos de caza de los blancos en el norte de Texas. Pronto su
ira no se detuvo ante otros blancos y los mataban allí donde los
encontraran: En asentamientos, puestos comerciales y caravanas en
Kansas, Colorado, Nuevo México y Texas.
Algunos periódicos texanos afirmaron
que los recién liberados jefes indios Satanta y Gran Árbol
habían dirigido algunos de aquellos ataques.
El general Sherman ordenó a
todos los indios que se dirigieran hacia sus reservas y, una vez
allí, se dejaran registrar nominalmente. Los oficiales del ejército
llevarían a cabo controles semanales. El que faltara al pasar lista,
sería declarado enemigo y eliminado.
Más de tres mil soldados de caballería
cabalgaron por la pradera, en un amplio cinturón, en busca de bandas
enemigas.
Muchos Kiowas, en primer lugar
Pájaro Bailador, se negaron a participar en esa última
batalla. Demostraron su deseo de paz presentándose cada semana en
Fort Sill cuando se pasaba lista. Otros grupos de Kiowas con
jefes belicosos, como Lobo Solitario, se dispersaron y huyeron
del ejército. Sin embargo, soldados con fusiles de repetición,
ametralladoras Gatling y obuses los persiguieron incansablemente, de
forma que no tenían ninguna posibilidad de cazar alimento o de
descansar.
A finales del verano de 1874, las
bandas enemigas salieron de sus escondrijos y se entregaron en Fort
Sill.
Satanta había afirmado siempre
que él no había participado en las luchas de aquel verano. Admitió
que él y Gran Árbol habían abandonado la reserva, pero
solamente para cazar búfalos. Cuando estallaron los enfrentamientos,
los jefes indios no querían regresar a Fort Sill, porque todavía
estaban en libertad condicional y se ocultaron en las Red Hills,
hasta que cesaron las batallas.
En Octubre, Satanta y Gran
Árbol se entregaron voluntariamente a las autoridades militares.
Aseguraron que se habían mantenido alejados de todas las batallas.
Sin embargo, habían abandonado sin permiso la reserva y, con ello,
habían infringido las condiciones de libertad condicional. Fueron
detenidos, encadenados y llevados como prisioneros a Fort Sill.
Algunos funcionarios defendieron su comportamiento, así el encargado
para Asuntos Indios Smith, que opinó que la culpa de Satanta
y Gran Árbol solamente estaba en haberse dejado llevar
momentáneamente por el pánico. El encargado supremo de las tribus
de la pradera, Enoch Hoag, informó que los dos jefes indios
se habían mantenido pacíficos: "No tenemos ninguna prueba
de que se hayan comportado enemistosamente", dijo. "Se
entregaron pacíficamente a los militares hace poco y ahora son
vigilados en Fort Sill. En su caso, recomiendo benevolencia a las
autoridades".
El general Sherman no era
partidario de clemencia. Siempre había visto en Satanta una
amenaza y exigió un nuevo encarcelamiento, consejo que fue seguido
por el presidente Grant. Satanta fue llevado a Texas,
con la sentencia de cadena perpetua, donde debía pasar el resto de
su vida. A Gran Árbol se le trató más benévolamente. Fue
retenido algunos meses en Fort Sill y después liberado. Entre tanto,
habían sido citados veinticinco Kiowas y Comanches como
jefes de las bandas enemigas y encerrados en una prisión militar en
Florida.
Habían pasado siete años desde que
los Kiowas habían firmado el acuerdo de Medicine Lodge. Desde
entonces, habían perdido casi la totalidad de sus territorios de
caza. Casi todos los jefes se encontraban en prisión. Y los búfalos,
por cuya salvación habían luchado, habían desaparecido de la
pradera.
Satanta llevaba en prisión más
de diez años y, durante todo ese tiempo, había insistido en que era
inocente.
En abril de 1878, el director de la
cárcel escribió en un informe : "La salud de Satanta
ha empeorado mucho, está muy débil. Si tiene que seguir
aquí, no vivirá mucho tiempo. Apoyo firmemente cualquier esfuerzo
para su libertad".
Un mes más tarde, Satanta
preguntó a los funcionarios de su cárcel si iba a ser puesto en
libertad. La respuesta fue no. Al día siguiente, Satanta fue
ingresado en el hospital de la cárcel.
El 11 de septiembre de 1878, se lanzó
de cabeza desde el balcón de un segundo piso y murió unas horas más
tarde. Tenía cincuenta y cinco años.
En 1963, el nieto de Satanta,
James Auchiah, recibió la autorización para trasladar los
restos del jefe indio de Texas a Fort Sill en Oklahoma. Allí,
Satanta fue enterrado de nuevo, en el corazón del antiguo
territorio de la tribu, esta vez con todos los honores militares.
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