Pues hace algunos años, tenía yo un
jaulón bastante grande en medio de la nave. El jaulón lo había
hecho el pobrecito de mi padre para criar canarios.
En fin… Un día estaba yo apunto de
venirme para el pueblo (después de haberle echado de comer a los
animales) y en ese momento llegó el marido de mi prima. Entonces, me
dijo:
- “Migué, por qué NO quitah ece jaulón de ahí en
medio, lo pones en un rincón de la nave y acín tiene esto máh
hamplio!?.”
- “NO, déjalo ahí. Ci a mí NO me eztorba...”.-
Le dije yo.
Total, que el marido de mi prima se fue
y cuando se fue, me quedé yo pensativo en la nave, y me dije a mí
mismo:
- “Joé!, que tiene razón. Ahora mihmo cojo yo loh
alicateh y quito loh dó zumié onde está enganchao el jaulón.”
Antes de continuar con esta historia,
he de haceros saber DOS cosas:
1º Que ya iba a ser la hora de
almorzar y por esa razón, tenía que darme prisa para quitar el
jaulón y moverlo a un rincón de la nave.
2º Que el jaulón
estaba amarrado con alambre de viña a dos somieres de cama grande.
Ambos somieres estaban colocados de canto uno sobre el otro y sujetos
a dos postes de madera. Más o menos los somieres formaban una valla
(para que os hagáis una idea) y encima de dichos somieres había un
palo de madera redondo, bastante pesado, que era dónde se ponían
los pollos mestizos a dormir. El palo redondo o tronco estaba
bastante alto, casi cerca del techo de la nave.
Bien, pues como os decía, cogí las
tenazas o los alicantes (NO me acuerdo ya) y me lié a cortar los
alambres para quitar el jaulón de los somieres. Quité el jaulón,
lo puse a un lado y luego me dispuse también a quitar los somieres,
porque... ¿pa' qué coño quería yo una valla en medio de mi nave?.
Así que corté los alambres que
sujetaban el somier de abajo a los dos postes de madera, corté los
alambres del somier de arriba y cuando quité el somier de arriba,
hace el palo de madera redondo sobre mi cabeza: ¡¡¡BUUUUUMMM!!!.
Mira, se me cayó el palo encima y me pegó un castañazo que por
poco me mata.
Fue tan grande el ruido del golpe del
palo sobre mi cabeza, que hasta retumbó las chapas de uralita del
techo de mi nave. Hasta las gallinas se quedaron en silencio por un
momento; como diciendo: ¿qué ha pasado?.
A los pocos segundos un chorro de
sangre empezó a deslizarse por mi frente y también por mis
mejillas. Entonces, me dio por sentarme, ya que tenía entendido que
las personas que reciben un palo gordo por la cabeza, suelen
desmayarse. Sin embargo, yo NO me desmayé y cuando pasó un ratito,
me levanté y me lavé la cabeza en un cubo de agua para limpiarme un
poco la sangre que salía por mi brecha.
En cuantito me limpié la sangre, salí
de la nave, cerré la cancela y me monté en la moto para venirme
para Trebujena. Pero ahora tenía un problema: tenía un chichón tan
grande, que NO me podía poner ni el casco en la cabeza. “¡Al
carajo, cin casco y cin ná, pa' Trebujena!”. Arranqué la moto y
me vine más ligero que una bala (NO sólo porque estaba herido en la
cabeza, sino porque ya era la hora de almorzar y me iba a reñir la
vieja).
Cuando llegué a mi casa, recuerdo que
llamé en la puerta y antes de decir yo nada, abrió mi madre, me
miró y me dijo:
- “¡¡Venga, par médico de urgencia!!.”
Pero
yo ni fui al médico ni ná. Ahora, eso sí: estuve sin salir de mi
casa alrededor de una semana; porque me daba vergüenza de que todo
el mundo me viera con el chichón en la cabeza.
Yo antes estaba loco, pero creo que
desde el día en que se me cayó aquel palo gordo del gallinero en la
cabeza, me volví más loco todavía.
Muy bien NO carburo, que yo
sepa... (Marin El Punki – Perro Loko).